Monday, March 16, 2009

Éxodo


Las nubes de lluvia nos seguían como perros sin dueño. Con la nariz mojada se subieron al cielo y cubrieron el día con un suspiro fresco y gris.

La hoja enorme de un árbol nos cubría la mirada bajo el galope de las gotitas. La sombra se volvió un misterio que sonríe, una hamaca en las pestañas. Increíble. Unos latidos que saltan al jardín secreto del corazón y se zambullen en sus pastizales.

Después llegó un sol de siesta seca.
Yo dije hasta mañana.
Ella dijo adiós.

Le crecieron alitas a nuestra hoja gigante. Le crecieron alitas a las nubes, a los sapos, a los bancos de la plaza y a las baldosas. Crecieron en el borde de las macetas y en el brazo del sillón de ver películas. En los platos de la cocina, en la coca, en la guitarra, en la puerta de su casa y en la parada del colectivo. El paisaje se volvió una fotografía de plumas y a ella también le salieron alitas que agitaban una despedida.

Retumbó un disparo metálico y comenzaron a levantar vuelo de a dos, de a seis y de a cienmil. Como una carta picada en el viento. Como un último otoño de las golondrinas más viejas.

En lo más lejano, se convertían en puntitos del cielo mi bicicleta, mi trozo de pan, mi lámpara. Puntitos sus zapatillas. Su boca, su cabello, su cadera. Puntitos mi costilla y mi brazo y mi cabeza y mi poema y mis palabras.

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