Thursday, November 05, 2009

Shine on you crazy diamond (de Pink Floyd)


Remember when you were young, you shone like the sun.
Shine on, you crazy diamond.
Now there's a look in your eyes, like black holes in the sky.
Shine on, you crazy diamond.
You were caught on the crossfire of childhood and stardom,
Blown on the steel breeze.
Come on, you target for faraway laughter,
Come on, you stranger, you legend, you martyr, and shine.
You reached for the secret too soon, you cried for the moon.
Shine on, you crazy diamond.
Threatened by shadows at night, and exposed in the light.
Shine on, you crazy diamond.
Well you wore out your welcome with random precision,
Rode on the steel breeze.
Come on, you raver, you seer of visions,
Come on you painter, you piper, you prisoner, and shine...




Sunday, October 25, 2009

Cuento de arena (de Jairo Aníbal Niño)


Un día la ciudad desapareció. De cara al desierto y con los pies hundidos en la arena, todos comprendieron que durante treinta largos años habían estado viviendo en un espejismo.




Wednesday, September 02, 2009

Ernest Mandel (Osvaldo Soriano)

ERNEST MANDEL
TEÓRICO DE LA REVOLUCIÓN
(O. Soriano)


Cuando me enteré de la muerte de Ernest Mandel, el último gran teórico del marxismo contestatario, no me sentí con suficiente autoridad para escribir un artículo sobre él y su obra. Después, al ver que los diarios lo recordaban como un dinosaurio enterrado hace millones de años, me dije que al menos debía dar cuenta de la noche en que lo conocí en Ixelles, cerca de Bruselas, allá por 1877.

Mandel llegó a ser el trotskista más notorio del mundo, heredó la dirección de la IV Internacional y fue reconocido o negado por los suyos con la terrible virulencia con que suelen hacerlo los seguidores del creador del Ejército Rojo. A los dieciséis años se incorporó a la Resistencia contra los nazis, entró en el socialismo para crearle un ala izquierda y en 1940, el mismo año en que Trotsky fue asesinado en México por orden de Stalin, se incorporó a las filas del internacionalismo. En los años sesenta, publicó un libro de referencia para la discusión de la economía: Tratado de economía marxista. Al poco tiempo lo pusieron preso por agitador y al salir de la cárcel era uno de los intelectuales rojos más temidos de la tierra. Pasó clandestinamente por decenas de países tratando de unir los desgajamientos trotskistas. Quería hacerles entender a sus camaradas que la revolución no estaba a la vuelta de la esquina, que Marx había incluso previsto la eventualidad de una tremenda derrota (pasarán cincuenta, cien, doscientos años antes de que la clase obrera tome conciencia de su explotación), y que el stalinismo era el principal enemigo del célebre “¡Trabajadores del mundo: únanse!”.

Su libro más traducido, La tercera edad del capitalismo, conocido a principios de los años setenta, anticipa la euforia mercantilista del reaganismo, la tristeza del menemismo y unas cuantas cosas más. En 1983, Mandel publicó en Inglaterra, donde sus seguidores eran más numerosos que en otros países, Power and Money, que muchos consideran su obra mayor. En 1987, ya profesor de economía en la Universidad Libre de Bruselas, se dio el gusto de escribir Meurtres esquís (Asesinatos exquisitos), un curioso ensayo sobre la novela negra.

Sus giras clandestinas solían terminar en escándalos: expulsado de Australia, Francia, Alemania, Suiza y naturalmente Estados Unidos, es posible que haya estado de incógnito en la Argentina en tiempos de Frondizi, aunque él se negó a confirmarlo aquella noche en que lo conocí. Eran los días del gloria del general Bussi, del almirante Massera, del antisemita Ramón Camps, en los que mataban o desaparecían gente en montones, ciudades y mares.


Y bien: alguien le pidió a Mandel que explicara cómo podía ser que el Partido Comunista Argentino diera a Videla un “apoyo crítico”. Fijamos una fecha en Ixelles y allí acudimos los acusados de montar una campaña antiargentina a escuchar lo que decía Ernest Mandel, sucesor de Trotsky, enemigo de los capitalistas y censor de todos los soviets.

Llegó solo a la reunión, sin custodia ni chicas que le hicieran la corte: dejó unos libros sobre la mesa, limpió los anteojos con un pañuelo de papel, se quitó el sobretodo lustroso, raído, y el echarpe marrón. Enseguida me hizo acordar al profesor socialista que Marcello Mastrroianni interpreta en Los compañeros, la película de Monicelli, el expulsado perpetuo, el predicador pesimista. Empezó a hablar y al rato ya se estaba peleando con todos. No decía una sola palabra de las que uno tenía ganas de escuchar, explicaba el mecanismo económico y social que había llevado a la Argentina al desastre desde Uriburu hasta Videla. Nos preguntó qué era de la vida de don Arturo Illia, al que consideraba un gran hombre; preguntó con ansiedad si se había plegado a la aprobación como Balbín y Frondizi o al silencio como tantos otros. Quiso saber de Agustín tosco y también de los sindicalistas amarillos, que conocía uno por uno. Desmenuzó la lógica del comunismo criollo que se plegaba a las sugerencias de Moscú y por primera vez en mi vida oí a un marxista hablar de la revolución informática y de la manera en que cambiaría al mundo. Dejó que lo insultaran y le dijeran que podía meterse sus libros en el culo. Sonreía con ironía y a veces respondía golpeando la mesa con un puño. Tenía la elegancia del despojamiento, las maneras corteses y virulentas de los revolucionarios del siglo XIX. Aunque pocos como él conocían la marcha del capitalismo posindustrial. La charla, convertida en asamblea, terminó pasada la medianoche.


¿Por qué recordar ahora a un tipo al que Menem le hubiera ganado diez elecciones seguidas? ¿Un profesor al que nadie escuchaba? Porque siempre decía algo que no esperábamos que dijera. Esa noche, militantes uruguayos, alemanes, chilenos y argentinos estaban furiosos contra él. La discusión siguió en los pasillos con un frío inolvidable. Tanto que ni siquiera nevaba. El local, que debía pertenecer a un sindicato, se fue vaciando. No había bares ni cervecerías cerca. Igual, nadie tenía con qué pagarse una comida. Nos quedamos en la vereda, ateridos, Mandel y unos pocos amigos. Recién al rato nos dimos cuenta de que estaba a pie y había perdido el último tren. El autor de Power and Money no tenía coche, custodia ni chofer. Lo que más le preocupaba era encontrar un lugar donde seguir la discusión.

Habíamos llegado en un viejo Citroën con una imposible patente holandesa y nos ofrecimos a llevarlo. Aceptó y ahí nomás salimos a treinta por hora en la helada noche belga, con el profesor más perseguido del mundo sentado en las rodillas. Hablaba castellano con los latinoamericanos, alemán con el que manejaba y portugués con la chica que iba al lado. Ya en Bruselas nos invitó a subir a su departamento. Estaba lleno de libros, en las bibliotecas, en el suelo, sobre la mesa, en el baño, arriba de la heladera, debajo de la pileta y al lado de la cama.

No nos hicimos trotskistas por eso, pero el alemán, que ya lo era, le comió las salchichas que tenía en la heladera y nosotros le tomamos la cerveza y acabamos con el queso. Compré su libro sobre la novela negra en París y me pareció que se le iba la mano con la ideología. Eso es todo. No volví a verlo. Murió en Bruselas de un ataque al corazón a los 73 años. Antes había refutado a los liberales, demostrado las contradicciones de patrones y obreros, pronosticado la caída del imperio soviético y adivinado el fin de la era del trabajo asalariado. “Lo que cuenta –decía- es el conocimiento.” Tal vez por eso los medios hablan de él como de un dinosaurio.

Thursday, August 20, 2009

La Pena de Muerte (de María Elena Walsh)

Fuí lapidada por adúltera. Mi esposo, que tenía manceba en casa y fuera de ella, arrojó la primera piedra, autorizado por los doctores de la ley y a la vista de mis hijos.

Me arrojaron a los leones por profesar una religión diferente a la del Estado.

Fuí condenada a la hoguera, culpable de tener tratos con el demonio encarnado en mi pobre cuzco negro, y por ser portadora de un lunar en la espalda, estigma demoníaco.

Fuí descuartizado por rebelarme contra la autoridad colonial.

Fuí condenado a la horca por encabezar una rebelión de siervos hambrientos. Mi señor era el brazo de la justicia.

Fuí quemado vivo por sostener teorías heréticas, merced a un contubernio católico-protestante.

Fuí enviada a la guillotina porque mis Camaradas revolucionarios consideraron aberrante que propusiera incluir los Derechos de la Mujer entre los Derechos del Hombre.

Me fusilaron en medio de la pampa, a causa de una interna de unitarios.

Me fusilaron encinta, junto con mi amante sacerdote, a causa de una interna de federales.

Me suicidaron por escribir poesía burguesa y decadente.

Fui enviado a la silla eléctrica a los veinte años de mi edad, sin tiempo de arrepentirme ó convertirme en un hombre de bien, como suele decirse de los embriones en el claustro materno.

Me arrearon a la cámara de gas por pertenecer a un pueblo distinto al de los verdugos.

Me condenaron de facto, por imprimir líbelos subversivos, arrojándome semivivo a una fosa común.

A lo largo de la historia, hombres doctos ó brutales supieron con certeza qué delito merecía la pena capital. Siempre supieron que yo, no otro, era el culpable.

Jamás dudaron de que el castigo fuese ejemplar.

Cada vez que se alude a este escarmiento la Humanidad retrocede en cuatro patas.

Wednesday, July 29, 2009

Fundición y forja (de Jairo Aníbal Niño)

Todo se imaginó Superman, menos que caería derrotado en aquella playa caliente y que su cuerpo fundido, serviría después para hacer tres docenas de tornillos de acero, de regular calidad.

Monday, June 29, 2009

Poema (de Julio Zabala)

Cipriano, yo pienso que el alfabetizador
no es sólo el que enseña a leer libros
de ciencias, historia, filosofía
y de tantas cosas exóticas
de que habla la gente.

Hermano, yo pienso que alfabetizar es enseñar
a leer en los ojos:
el dolor de los pueblos,
la enfermedad de los niños,
la angustia de la mujer que pare en la calle,
la tos del minero que escupe y mancha de sangre,
la estatua de la libertad neoyorquina.

Hay que aprender a leer
el hambre que toca a la puerta,
el frío que va por la calle,
la oscuridad del que busca
y no encuentra.

Cipriano, yo pienso que
primero debemos alfabetizar
a los que saber leer libros,
pero no saben leer el dolor de los hombres.


Monday, June 01, 2009

El gigante de ojos azules (de Nazim Hikmet)


Un gigante de ojos azules

Amaba a una mujer pequeña
Cuyo sueño era una casita
Pequeña, como para ella,
Que tuviera al frente al jardín
ºººººººººººººººººººººººººººººººººººººº con temblorosas madreselvas.

El gigante amaba en gigante,
Su mano, a grandes obras hecha,
Mal podía construir los muros
Ni usar el timbre de la puerta
De una casita con jardín
ºººººººººººººººººººººººººººººººººººººº con temblorosas madreselvas.

El gigante de ojos azules
Amaba a esa mujer pequeña
Que pronto se cansó, mimosa,
De tan desmesurada empresa
Que no concluía en un jardín
ºººººººººººººººººººººººººººººººººººººº con temblorosas madreselvas.

Adiós, ojos azules, dijo.
Y, con graciosa voltereta,
Del brazo de un enano rico
Penetró en la casa pequeña
Que tenía al frente un jardín
ºººººººººººººººººººººººººººººººººººººº con temblorosas madreselvas.

El gigante comprende ahora
Que amores de tanta grandeza
No caben ni siquiera muertos
En esas casas de muñeca
Que al frente tienen un jardín
ºººººººººººººººººººººººººººººººººººººº con temblorosas madreselvas.


Sunday, May 31, 2009

Justicia II

I have no idea where it leads.






Extracto de V For Vendetta, de Alan Moore y David Loyd.

Tuesday, May 12, 2009

Justicia I

Este posteo consta de dos partes. Aquí va la primera, después irá la segunda. Eso es todo el orden que prometo.


Disculpen la molestia (por Eduardo Galeano)

Quiero compartir algunas preguntas, moscas que me zumban en la cabeza.

¿Es justa la justicia? ¿Está parada sobre sus pies la justicia del mundo al revés?

El zapatista de Irak, el que arrojó los zapatazos contra Bush, fue condenado a tres años de cárcel. ¿No merecía, más bien, una condecoración?

¿Quién es el terrorista? ¿El zapatista o el zapateado? ¿No es culpable de terrorismo el serial killer que mintiendo inventó la guerra de Irak, asesinó a un gentío y legalizó la tortura y mandó aplicarla?

¿Son culpables los pobladores de Atenco, en México, o los indígenas mapuches de Chile, o los kekchíes de Guatemala, o los campesinos sin tierra de Brasil, acusados todos de terrorismo por defender su derecho a la tierra? Si sagrada es la tierra, aunque la ley no lo diga, ¿no son sagrados, también, quienes la defienden?

Según la revista Foreign Policy, Somalia es el lugar más peligroso de todos. Pero, ¿quiénes son los piratas? ¿Los muertos de hambre que asaltan barcos o los especuladores de Wall Street, que llevan años asaltando el mundo y ahora reciben multimillonarias recompensas por sus afanes?

¿Por qué el mundo premia a quienes lo desvalijan?

¿Por qué la justicia es ciega de un solo ojo? Wal-Mart, la empresa más poderosa de todas, prohíbe los sindicatos. MacDonald’s, también. ¿Por qué estas empresas violan, con delincuente impunidad, la ley internacional? ¿Será porque en el mundo de nuestro tiempo el trabajo vale menos que la basura, y menos todavía valen los derechos de los trabajadores?


¿Quiénes son los justos, y quiénes los injustos? Si la justicia internacional de veras existe, ¿por qué nunca juzga a los poderosos? No van presos los autores de las más feroces carnicerías. ¿Será porque son ellos quienes tienen las llaves de las cárceles?

¿Por qué son intocables las cinco potencias que tienen derecho de veto en Naciones Unidas? ¿Ese derecho tiene origen divino? ¿Velan por la paz los que hacen el negocio de la guerra? ¿Es justo que la paz mundial esté a cargo de las cinco potencias que son las principales productoras de armas? Sin despreciar a los narcotraficantes, ¿no es éste también un caso de crimen organizado?

Pero no demandan castigo contra los amos del mundo los clamores de quienes exigen, en todas partes, la pena de muerte. Faltaba más. Los clamores claman contra los asesinos que usan navajas, no contra los que usan misiles.

Y uno se pregunta: ya que esos justicieros están tan locos de ganas de matar, ¿por qué no exigen la pena de muerte contra la injusticia social? ¿Es justo un mundo que cada minuto destina 3 millones de dólares a los gastos militares, mientras cada minuto mueren 15 niños por hambre o enfermedad curable? ¿Contra quién se arma, hasta los dientes, la llamada comunidad internacional? ¿Contra la pobreza o contra los pobres?

¿Por qué los fervorosos de la pena capital no exigen la pena de muerte contra los valores de la sociedad de consumo, que cotidianamente atentan contra la seguridad pública? ¿O acaso no invita al crimen el bombardeo de la publicidad que aturde a millones y millones de jóvenes desempleados, o mal pagados, repitiéndoles noche y día que ser es tener, tener un automóvil, tener zapatos de marca, tener, tener, y quien no tiene, no es?

¿Y por qué no se implanta la pena de muerte contra la muerte? El mundo está organizado al servicio de la muerte. ¿O no fabrica muerte la industria militar, que devora la mayor parte de nuestros recursos y buena parte de nuestras energías? Los amos del mundo sólo condenan la violencia cuando la ejercen otros. Y este monopolio de la violencia se traduce en un hecho inexplicable para los extraterrestres, y también insoportable para los terrestres que todavía queremos, contra toda evidencia, sobrevivir: los humanos somos los únicos animales especializados en el exterminio mutuo, y hemos desarrollado una tecnología de la destrucción que está aniquilando, de paso, al planeta y a todos sus habitantes.

Esa tecnología se alimenta del miedo. Es el miedo quien fabrica los enemigos que justifican el derroche militar y policial. Y en tren de implantar la pena de muerte, ¿qué tal si condenamos a muerte al miedo? ¿No sería sano acabar con esta dictadura universal de los asustadores profesionales? Los sembradores de pánicos nos condenan a la soledad, nos prohíben la solidaridad: sálvese quien pueda, aplastaos los unos a los otros, el prójimo es siempre un peligro que acecha, ojo, mucho cuidado, éste te robará, aquél te violará, ese cochecito de bebé esconde una bomba musulmana y si esa mujer te mira, esa vecina de aspecto inocente, es seguro que te contagia la peste porcina.

En el mundo al revés, dan miedo hasta los más elementales actos de justicia y sentido común. Cuando el presidente Evo Morales inició la refundación de Bolivia, para que este país de mayoría indígena dejara de tener vergüenza de mirarse al espejo, provocó pánico. Este desafío era catastrófico desde el punto de vista del orden racista tradicional, que decía ser el único orden posible: Evo traía el caos y la violencia, y por su culpa la unidad nacional iba a estallar, rota en pedazos. Y cuando el presidente ecuatoriano Correa anunció que se negaba a pagar las deudas no legítimas, la noticia produjo terror en el mundo financiero y el Ecuador fue amenazado con terribles castigos, por estar dando tan mal ejemplo. Si las dictaduras militares y los políticos ladrones han sido siempre mimados por la banca internacional, ¿no nos hemos acostumbrado ya a aceptar como fatalidad del destino que el pueblo pague el garrote que lo golpea y la codicia que lo saquea?

Pero, ¿será que han sido divorciados para siempre jamás el sentido común y la justicia?

¿No nacieron para caminar juntos, bien pegaditos, el sentido común y la justicia?

¿No es de sentido común, y también de justicia, ese lema de las feministas que dicen que si nosotros, los machos, quedáramos embarazados, el aborto sería libre? ¿Por qué no se legaliza el derecho al aborto? ¿Será porque entonces dejaría de ser el privilegio de las mujeres que pueden pagarlo y de los médicos que pueden cobrarlo?

Lo mismo ocurre con otro escandaloso caso de negación de la justicia y el sentido común: ¿por qué no se legaliza la droga? ¿Acaso no es, como el aborto, un tema de salud pública? Y el país que más drogadictos contiene, ¿qué autoridad moral tiene para condenar a quienes abastecen su demanda? ¿Y por qué los grandes medios de comunicación, tan consagrados a la guerra contra el flagelo de la droga, jamás dicen que proviene de Afganistán casi toda la heroína que se consume en el mundo? ¿Quién manda en Afganistán? ¿No es ése un país militarmente ocupado por el mesiánico país que se atribuye la misión de salvarnos a todos?

¿Por qué no se legalizan las drogas de una buena vez? ¿No será porque brindan el mejor pretexto para las invasiones militares, además de brindar las más jugosas ganancias a los grandes bancos que en las noches trabajan como lavanderías?

Ahora el mundo está triste porque se venden menos autos. Una de las consecuencias de la crisis mundial es la caída de la próspera industria del automóvil. Si tuviéramos algún resto de sentido común, y alguito de sentido de la justicia, ¿no tendríamos que celebrar esa buena noticia? ¿O acaso la disminución de los automóviles no es una buena noticia, desde el punto de vista de la naturaleza, que estará un poquito menos envenenada, y de los peatones, que morirán un poquito menos?

Según Lewis Carroll, la reina explicó a Alicia cómo funciona la justicia en el país de las maravillas:

Ahí lo tienes –dijo la reina–. Está encerrado en la cárcel, cumpliendo su condena; pero el juicio no empezará hasta el próximo miércoles. Y por supuesto, el crimen será cometido al final.

En El Salvador, el arzobispo Óscar Arnulfo Romero comprobó que la justicia, como la serpiente, sólo muerde a los descalzos. Él murió a balazos, por denunciar que en su país los descalzos nacían de antemano condenados, por delito de nacimiento.

El resultado de las recientes elecciones en El Salvador, ¿no es de alguna manera un homenaje? ¿Un homenaje al arzobispo Romero y a los miles que como él murieron luchando por una justicia justa en el reino de la injusticia?

A veces terminan mal las historias de la Historia; pero ella, la Historia, no termina. Cuando dice adiós, dice hasta luego.


Friday, April 17, 2009

Saturday, April 11, 2009

Último

Un cuento. El camino de tierra y hojas secas que lleva a la cabaña en la barriga del bosque. El farolito abandonado en la inmensidad de la noche. Mi pelo sucio galopando hacia tus manos. Tu mundo mirando por la ventana y tu ventana esperándome a mí. Ya llego, ya llego para despeinarte y así naveguemos un poquito en la luna amarilla. Ya estoy, ya estoy aquí otra vez.

Todo cerrado. La música en el retumbe de las vigas. No hay arrullo ni manta para cobijar la nariz. No hay guarida que nos proteja de la boca negra del cielo. Maduraste. Se hizo la ley. No se admiten animales. Es el portazo en el hocico de un cachorro. Mi casa, mi leña, mi balsa en el mar. La fiesta adentro con melodía de trompetas. Sordas enfermas trompetas. Afuera la silla rota que ya no hace falta en tu cumpleaños. Y la lluvia. Y la cabaña. Y el otoño.
Un cuento...
Mi cuerpo, mi libro de ayer. El camino de tierra.

Solamente en un cuento se ama como te amaba yo.



Friday, March 27, 2009

Timing

No me duermo. El cuarto está demasiado oscuro y soy el primer y último hombre de la tierra. Antes y después de mí la nada se devora a sí misma. Acostado a tu lado veo al mundo partirse en el borde de la cama, y sus ladrillos antiguos se desprenden y empiezan a tragarme en un barranco. Al eterno espacio vacío. A la muerte y disecación de los únicos ojos que existieron. ¿Dónde estás?
Me deslizo hacia océano negro del cosmos en una balsa de nuez. En la gruta de mi pecho se acurruca una bestia herida. Tienes que atraparme ya.
Tienes que atraparme para que no caiga y me disuelva con los bloques destrozados. Necesito la carne de tus brazos latiendo con fuerza a mi alrededor. Sentir que tiemblas.
No me dejes caer en la extinción de las estrellas…no me dejes. Dóndeestasdondestás.

CERRADO
Espere afuera o muérase. En estos momentos da lo mismo.

Wednesday, March 25, 2009

Ecos

Decime algo. El silencio tiene el subsuelo lleno de fantasmas.
Decime algo; una frase, una nota musical, una caricia, una comilla.

Decime una pelusita.

Que se duerma toda la guardia de tu boca. Que te distraiga la lluvia de otoño. Que dejes escapar una palabra rebelde para que aterrice en mi mesa de luz y me devuelva el aliento.



Monday, March 23, 2009

Rumm rumm

Ojalá empiece con un poema. Después un libro, y otro, y cuatro más y un pensador. Y que le nazca de repente una picazón en los pliegues más polvorientos de su cerebro. Que escriba un manifiesto sobre la tiranía de la distancia, y salga la gente con bombos, canciones y pancartas a despotricar en contra de los teléfonos, los pasajes de regreso y otras soluciones ilusorias.

Sería genial que lo imposible no rebalse sobre sus voces ni apague su chispa. O mejor todavía, que ningún puñado de alpiste soborne a la imaginación para evitar que abra las alas y vuele hasta el límite. Que haya ebullición en el mínimo capricho.

Y ojalá que en medio de esa voltereta de noticias, se despierte cruzado un extremista contra la lejanía y, como primer paso de su revolución, haga estallar
las ruedas de todos los taxis del mundo en una noche como hoy, justo antes de que tengas que irte a dormir a tu casa.

imagen robada de http://tipika.blogspot.com/

Saturday, March 21, 2009

LOS PRO Y LOS CONTRA DE HACER DEDO (J. Sbarra)

Otoño. Que sea otoño. Que sea otoño y que llueva. Mucho. Que haya leños ardiendo en un brasero. Y un gato. Que haya un gato y que sea negro y que mire de amarillo y que se enrosque y que nos enseñe un poco a vivir. Pero por sobre todas las cosas que sea otoño. Que le falte un vidrio a la ventana. Que entren por ese hueco la lluvia y el frío. Que tengas ganas de besarme. Muchas ganas. Que un hombre te espere en otra parte. Que sea otra vez otoño. Otoño y Que llueva. Y que no vayas. Que te quedes conmigo. Que sea otoño otra vez y que te quedes.

Thursday, March 19, 2009

LOS PRO Y LOS CONTRA DE HACER DEDO (J. Sbarra)

Un tigre debajo de la cama y un orangután en el armario y una araña dentro de un zapato.
Y yo que no dormía para que durmieras. El orangután. El tigre. La araña.        Y        yo        que       no    dormía.          Cuánto           te          amaba.............................................................
El tigre y el orangután y la araña, cuánto te amaba..................... cuánto te amaba.



Wednesday, March 18, 2009

Epílogo: pour que l'amour me quitte

Será de día. Será de día y habrá un sol de moneda cuando saques a pasear a tu perro por la cuadra de los naranjos. Se detendrá a olfatear un árbol y entonces nos cruzaremos por casualidad. Me verás y te veré y habrá pasado tanto tiempo que al preguntarnos cómo estás, con un reflejo de pantera diremos bien. Y no hará falta discutir, ni erizar nuestro ejército de espinas. No nos verán partir un portazo. No necesitaremos capturar una lágrima que se suicida pidiendo ayuda con su salto. No jugará con nosotros el fuego, ni miraré tu boca cuando gritas, ni correrá por mis brazos el impulso de aferrarte. No nos frotaremos las narices con la soledad de hipopótamos con sueño.
Seguiremos de largo y no emergerá un vértigo de mar en el pecho que nos obligue a voltear.

Cuando la lluvia no emane de tu aroma. Cuando el capitán de mando al corazón se haya hundido con su barco. Cuando nada de todo esto importe ya.
Este cartel de neón en la luna que grita NO TE VAYAS, este veneno de alacrán en las arterias...
Esta novela de bolsillo de la eternidad, será una piedra más en un cementerio sin flores.

Cuando la muerte espere cuesta abajo.
Cuando seamos por fin felices, como girasoles de plástico.


Tuesday, March 17, 2009

LOS PRO Y LOS CONTRA DE HACER DEDO (J. Sbarra)

Yo sabía que había un tigre debajo de la cama, un orangután en el armario y una araña gigante dentro de un zapato.
Te amaba tanto que para que durmieras tranquila me levantaba por las noches y les daba de comer al tigre, al orangután y a la araña.
Como no me amabas te resultó fácil creerme loco y no quisiste más vivir conmigo. Me obligaste a tomar un tren.
Casi todos los pasajeros descansan con los ojos cerrados. Yo no. No puedo relajarme. Miro la luna por la ventanilla y pienso que estás dormida y que no sabes que hay un tigre debajo de la cama, un orangután en el armario y una araña gigante dentro de un zapato.


Monday, March 16, 2009

Éxodo


Las nubes de lluvia nos seguían como perros sin dueño. Con la nariz mojada se subieron al cielo y cubrieron el día con un suspiro fresco y gris.

La hoja enorme de un árbol nos cubría la mirada bajo el galope de las gotitas. La sombra se volvió un misterio que sonríe, una hamaca en las pestañas. Increíble. Unos latidos que saltan al jardín secreto del corazón y se zambullen en sus pastizales.

Después llegó un sol de siesta seca.
Yo dije hasta mañana.
Ella dijo adiós.

Le crecieron alitas a nuestra hoja gigante. Le crecieron alitas a las nubes, a los sapos, a los bancos de la plaza y a las baldosas. Crecieron en el borde de las macetas y en el brazo del sillón de ver películas. En los platos de la cocina, en la coca, en la guitarra, en la puerta de su casa y en la parada del colectivo. El paisaje se volvió una fotografía de plumas y a ella también le salieron alitas que agitaban una despedida.

Retumbó un disparo metálico y comenzaron a levantar vuelo de a dos, de a seis y de a cienmil. Como una carta picada en el viento. Como un último otoño de las golondrinas más viejas.

En lo más lejano, se convertían en puntitos del cielo mi bicicleta, mi trozo de pan, mi lámpara. Puntitos sus zapatillas. Su boca, su cabello, su cadera. Puntitos mi costilla y mi brazo y mi cabeza y mi poema y mis palabras.

Sunday, March 15, 2009

20 (del libro El Espantapájaros, de Oliverio Girondo)

Con frecuencia voy a visitar a un pariente que vive en los alrededores. Al pasar por alguna de las estaciones —¡no falla ni por casualidad!— el tren salta sobre el andén, arrasa los equipajes, derrumba la boletería, el comedor. Los vagones se trepan los unos sobre los otros. El furgón se acopla con la locomotora. No hay más que piernas y brazos por todas partes: bajo los asientos, entre los durmientes de la vía, sobre las redes donde se colocan las valijas.

De mi compartimento sólo queda un pedazo de puerta. Echo a un lado los cadáveres que me rodean. Rectifico la latitud de mi corbata, y salgo, lo más campante, sin una arruga en el pantalón o en la sonrisa.

Aunque preveo lo que sucederá, otras veces me embarco, con la esperanza de que mis presentimientos resulten inexactos.

Los pasajeros son los mismos de siempre. Está el marido adúltero, con su sonrisa de padrillo. Está la señorita cuyos atractivos se cotizan en proporción directa al alejamiento de la costa. Está la señora foca, la señora tonina; el fabricante de artículos de goma, que apoyado sobre la borda contempla la inmensidad del mar y lo único que se le ocurre es escupirlo.

Al tercer día de navegar se oye —¡en plena noche!— un estruendo metálico, intestinal.
¡Mujeres semidesnudas! ¡Hombres en camiseta! ¡Llantos! ¡Plegarias! ¡Gritos!...
Mientras los pasajeros se estrangulan al asaltar los botes de salvamento, yo aprovecho un bandazo para zambullirme desde la cubierta, y ya en el mar, contemplo —con impasibilidad de corcho— el espectáculo.

¡Horror! El buque cabecea, tiembla, hunde la proa y se sumerge.
¿Tendré que convencerme una vez más que soy el único sobreviviente?
Con la intención de comprobarlo, inspecciono el sitio del naufragio. Aquí un salvavidas, una silla de mimbre... Allá un cardumen de tiburones, un cadáver flotante...

Calculo el rumbo, la distancia, y después de batir todos los récores del mundo, entro, el octavo día, en el puerto de desembarque.


Mis amigos, la gente que me conoce, las personas que saben de cuántas catástrofes me he librado, supusieron, en el primer momento, que era una simple casualidad, pero al comprobar que la casualidad se repetía demasiado, terminaron por considerarla una costumbre, sin darse cuenta que se trata de una verdadera predestinación.
Así como hay hombres cuya sola presencia resulta de una eficacia abortiva indiscutible, la mía provoca accidentes a cada paso, ayuda al azar y rompe el equilibrio inestable de que depende la existencia.

¡Con qué angustia, con qué ansiedad comprobé, durante los primeros tiempos, esta propensión al cataclismo!... ¡La vida se complica cuando se hallan escombros a cada paso! ¡Pero es tal la fuerza de la costumbre!... Insensiblemente uno se habitúa a vivir entre cadáveres desmenuzados y entre vidrios rotos, hasta que se descubre el encanto de las inundaciones, de los derrumbamientos, y se ve que la vida solo adquiere color en medio de la desolación y del desastre.

¡Saber que basta nuestra presencia para que las cariátides se cansen de sostener los edificios públicos y fallezcan —entre sus capiteles, entre sus expedientes— centenares de prestamistas, que se alimentaban de empleados... ¡públicos!... y de garbanzos!
¡Saborear —como si fuese mazamorra— los temblores que provoca nuestra mirada; esos terremotos en los que las bañaderas se arrojan desde el octavo piso, mientras perecen enjauladas en los ascensores, docenas de vendedoras rubias, y que sin embargo se llamaban Esther!



¿Verdad que ante la magnificencia de tales espectáculos, pierden todo atractivo hasta los paisajes de montañas, mucho mejor formadas que las nalgas de la Venus de Milo?

El exotismo de las mariposas o de los mastodontes, los ritos de la masonería o de la masticación —al menos en lo que a mí se refieren— no consiguen interesarme. Necesito esqueletos pulverizados, decapitaciones ferroviarias, descuartizamientos inidentificables, y es tan grande mi amor por lo espectacular, que el día en que no provoco ningún cortocircuito, sufro una verdadera desilusión.

En estas condiciones, mi compañía resultará lo intranquilizadora que se quiera.
¿Tengo yo alguna culpa en preferir las quemaduras a las colegialas de tercer grado?
Aunque la mayoría de los hombres se satisfaga con rumiar el sueño y la vigilia con una impasibilidad de cornudo, quien haya pernoctado entre cadáveres vagabundos comprenderá que el resto me parezca melaza, nada más que melaza.

Yo soy —¡qué le vamos a hacer!—un hombre catastrófico, y así como no puedo dormir antes que se derrumben, sobre mi cama, los bienes, y los cuerpos de los que habitan en los pisos de arriba, no logro interesarme por ninguna mujer, si no me consta, que al estrecharla entre mis brazos, ha de declararse un incendio en el que perezca carbonizada... ¡la pobrecita!


Thursday, March 12, 2009

Meta.




Lo lograste, al fin vino a buscarte. Al fin lo tienes entre tus brazos. Tantas ilusiones apostadas y ahora la fuerza de tus piernas le dice “quédate para siempre”. Si el telón bajara en este momento tu vida sería una historia de final feliz.
No fue fácil. Nunca habías llorado tanto. Las noches eran un bombardeo de estrellas desalmadas. Todo por él. Pudiste cerrarle la puerta a tiempo de salvar tu alma, pero no querías dejarlo afuera. Los dientes del llanto te dejaron una marca. Por él.
Él, él, él.

En el corazón oculto del corazón giran deseos contradictorios.
Quieres verlo partido por tu ausencia, llenar otra cama con tu orgasmo, beber la tinta de su fotografía escupirla en la puerta del olvido.
Pero también quieres quedarte. Y te quedas.
En el corazón oculto del corazón rueda un dado de mil caras que se detiene y canta su número en voz baja.

Monday, March 09, 2009

8 (del libro El Espantapájaros, de Oliverio Girondo)


Yo no tengo una personalidad; yo soy un cocktail, un conglomerado, una manifestación de personalidades.

En mí, la personalidad es una especie de furunculosis anímica en estado crónico de erupción; no pasa media hora sin que me nazca una nueva personalidad.

Desde que estoy conmigo mismo, es tal la aglomeración de las que me rodean, que mi casa parece el consultorio de una quiromántica de moda. Hay personalidades en todas partes: en el vestíbulo, en el corredor, en la cocina, hasta en el W. C.

¡Imposible lograr un momento de tregua, de descanso! ¡Imposible saber cuál es la verdadera!

Aunque me veo forzado a convivir en la promiscuidad más absoluta con todas ellas, no me convenzo de que me pertenezcan.

¿Qué clase de contacto pueden tener conmigo —me pregunto— todas estas personalidades inconfesables, que harían ruborizar a un carnicero? ¿Habré de permitir que se me identifique, por ejemplo, con este pederasta marchito que no tuvo ni el coraje de realizarse, o con este cretinoide cuya sonrisa es capaz de congelar una locomotora?

El hecho de que se hospeden en mi cuerpo es suficiente, sin embargo, para enfermarse de indignación. Ya que no puedo ignorar su existencia, quisiera obligarlas a que se oculten en los repliegues más profundos de mi cerebro. Pero son de una petulancia... de un egoísmo... de una falta de tacto...

Hasta las personalidades más insignificantes se dan unos aires de trasatlántico. Todas, sin ninguna clase de excepción, se consideran con derecho a manifestar un desprecio olímpico por las otras, y naturalmente, hay peleas, conflictos de toda especie, discusiones que no terminan nunca. En vez de contemporizar, ya que tienen que vivir juntas, ¡pues no señor!, cada una pretende imponer su voluntad, sin tomar en cuenta las opiniones y los gustos de las demás. Si alguna tiene una ocurrencia, que me hace reír a carcajadas, en el acto sale cualquier otra, proponiéndome un paseíto al cementerio. Ni bien aquélla desea que me acueste con todas las mujeres de la ciudad, ésta se empeña en demostrarme las ventajas de la abstinencia, y mientras una abusa de la noche y no me deja dormir hasta la madrugada, la otra me despierta con el amanecer y exige que me levante junto con las gallinas.

Mi vida resulta así una preñez de posibilidades que no se realizan nunca, una explosión de fuerzas encontradas que se entrechocan y se destruyen mutuamente. El hecho de tomar la menor determinación me cuesta un tal cúmulo de dificultades, antes de cometer el acto más insignificante necesito poner tantas personalidades de acuerdo, que prefiero renunciar a cualquier cosa y esperar que se extenúen discutiendo lo que han de hacer con mi persona, para tener, al menos, la satisfacción de mandarlas a todas juntas a la mierda.

Monday, February 02, 2009

Paradojas (por Eduardo Galeano)

La mitad de los brasileños es pobre o muy pobre, pero el país de Lula es el segundo mercado mundial de las lapiceras Montblanc y el noveno comprador de autos Ferrari, y las tiendas Armani de San Pablo venden más que las de Nueva York.

Pinochet, el verdugo de Allende, rendía homenaje a su víctima cada vez que hablaba del “milagro chileno”. El nunca lo confesó, ni tampoco lo han dicho los gobernantes democráticos que vinieron después, cuando el “milagro” se convirtió en “modelo”: ¿Qué sería de Chile si no fuera chileno el cobre, la viga maestra de la economía, que Allende nacionalizó y que nunca fue privatizado?

En América nacieron, no en la India, nuestros indios. También el pavo y el maíz nacieron en América, y no en Turquía, pero la lengua inglesa llama turkey al pavo y la lengua italiana llama granturco al maíz.

El Banco Mundial elogia la privatización de la salud pública en Zambia: “Es un modelo para el Africa. Ya no hay colas en los hospitales”. El diario The Zambian Post completa la idea: “Ya no hay colas en los hospitales, porque la gente se muere en la casa”.

Hace cuatro años, el periodista Richard Swift llegó a los campos del oeste de Ghana, donde se produce cacao barato para Suiza. En la mochila, el periodista llevaba unas barras de chocolate. Los cultivadores de cacao nunca habían probado el chocolate. Les encantó.

Los países ricos, que subsidian su agricultura a un ritmo de mil millones de dólares por día, prohíben los subsidios a la agricultura en los países pobres. Cosecha record a orillas del río Mississippi: el algodón norteamericano inunda el mercado mundial y derrumba el precio. Cosecha record a orillas del río Níger: el algodón africano paga tan poco que ni vale la pena recogerlo.

Las vacas del Norte ganan el doble que los campesinos del Sur. Los subsidios que recibe cada vaca en Europa y en Estados Unidos duplican la cantidad de dinero que en promedio gana, por un año entero de trabajo, cada granjero de los países pobres.

Los productores del Sur acuden desunidos al mercado mundial. Los compradores del Norte imponen precios de monopolio. Desde que en 1989 murió la Organización Internacional del Café y se acabó el sistema de cuotas de producción, el precio del café anda por los suelos. En estos últimos tiempos, peor que nunca: en América Central, quien siembra café cosecha hambre. Pero no se ha rebajado ni un poquito, que yo sepa, lo que uno paga por beberlo.

Carlomagno, creador de la primera gran biblioteca de Europa, era analfabeto.
Joshua Slocum, el primer hombre que dio la vuelta al mundo navegando en solitario, no sabía nadar.

Hay en el mundo tantos hambrientos como gordos. Los hambrientos comen basura en los basurales; los gordos comen basura en McDonald’s.
El progreso infla. Rarotonga es la más próspera de las islas Cook, en el Pacífico sur, con asombrosos índices de crecimiento económico. Pero más asombroso es el crecimiento de la obesidad entre sus hombres jóvenes. Hace cuarenta años, eran gordos once de cada cien. Ahora, son gordos todos.

Desde que China se abrió a esta cosa que llaman “economía de mercado”, el menú tradicional de arroz con verduras ha sido velozmente desplazado por las hamburguesas. El gobierno chino no ha tenido más remedio que declarar la guerra contra la obesidad, convertida en epidemia nacional. Lacampaña de propaganda difunde el ejemplo del joven Liang Shun, que adelgazó 115 kilos el año pasado.

La frase más famosa atribuida a Don Quijote (“Ladran, Sancho, señal que cabalgamos”) no aparece en la novela de Cervantes; y Humphrey Bogart no dice la frase más famosa atribuida a la película Casablanca (“Play it again, Sam”).

Contra lo que se cree, Alí Babá no era el jefe de los cuarenta ladrones, sino su enemigo; y Frankenstein no era el monstruo, sino su involuntario inventor.



A primera vista, parece incomprensible, y a segunda vista también: donde más progresa el progreso, más horas trabaja la gente. La enfermedad por exceso de trabajo conduce a la muerte. En japonés, se llama karoshi. Ahora los japoneses están incorporando otra palabra al diccionario de la civilización tecnológica: karojsatsu es el nombre de los suicidios por hiperactividad, cada vez más frecuentes.

En mayo del ‘98, Francia redujo la semana laboral de 39 a 35 horas. Esa ley no sólo resultó eficaz contra la desocupación, sino que además dio un ejemplo de rara cordura en este mundo que ha perdido un tornillo, o varios, o todos: ¿Para qué sirven las máquinas, si no reducen el tiempo humano de trabajo? Pero los socialistas perdieron las elecciones y Francia retornó a la anormal normalidad de nuestro tiempo. Ya se está evaporando la ley que había sido dictada por el sentido común.

La tecnología produce sandías cuadradas, pollos sin plumas y mano de obra sin carne ni hueso. En unos cuantos hospitales de Estados Unidos, los robots cumplen tareas de enfermería. Según el diario The Washington Post, los robots trabajan veinticuatro horas por día, pero no pueden tomar decisiones, porque carecen de sentido común: un involuntario retrato del obrero ejemplar en el mundo que viene.

Según los evangelios, Cristo nació cuando Herodes era rey. Como Herodes murió cuatro años antes de la era cristiana, Cristo nació por lo menos cuatro años antes de Cristo.

Con truenos de guerra se celebra, en muchos países, la Nochebuena. Noche de paz, noche de amor: la cohetería enloquece a los perros y deja sordos a las mujeres y los hombres de buena voluntad.

La cruz esvástica, que los nazis identificaron con la guerra y la muerte, había sido un símbolo de la vida en la Mesopotamia, la India y América.

Cuando George W. Bush propuso talar los bosques para acabar con los incendios forestales, no fue comprendido. El presidente parecía un poco más incoherente que de costumbre. Pero él estaba siendo consecuente con sus ideas. Son sus santos remedios: para acabar con el dolor de cabeza, hay que decapitar al sufriente; para salvar al pueblo de Irak, vamos a bombardearlo hasta hacerlo puré.

El mundo es una gran paradoja que gira en el universo. A este paso, de aquí a poco, los propietarios del planeta prohibirán el hambre y la sed, para que no falten el pan ni el agua.