Friday, March 27, 2009

Timing

No me duermo. El cuarto está demasiado oscuro y soy el primer y último hombre de la tierra. Antes y después de mí la nada se devora a sí misma. Acostado a tu lado veo al mundo partirse en el borde de la cama, y sus ladrillos antiguos se desprenden y empiezan a tragarme en un barranco. Al eterno espacio vacío. A la muerte y disecación de los únicos ojos que existieron. ¿Dónde estás?
Me deslizo hacia océano negro del cosmos en una balsa de nuez. En la gruta de mi pecho se acurruca una bestia herida. Tienes que atraparme ya.
Tienes que atraparme para que no caiga y me disuelva con los bloques destrozados. Necesito la carne de tus brazos latiendo con fuerza a mi alrededor. Sentir que tiemblas.
No me dejes caer en la extinción de las estrellas…no me dejes. Dóndeestasdondestás.

CERRADO
Espere afuera o muérase. En estos momentos da lo mismo.

Wednesday, March 25, 2009

Ecos

Decime algo. El silencio tiene el subsuelo lleno de fantasmas.
Decime algo; una frase, una nota musical, una caricia, una comilla.

Decime una pelusita.

Que se duerma toda la guardia de tu boca. Que te distraiga la lluvia de otoño. Que dejes escapar una palabra rebelde para que aterrice en mi mesa de luz y me devuelva el aliento.



Monday, March 23, 2009

Rumm rumm

Ojalá empiece con un poema. Después un libro, y otro, y cuatro más y un pensador. Y que le nazca de repente una picazón en los pliegues más polvorientos de su cerebro. Que escriba un manifiesto sobre la tiranía de la distancia, y salga la gente con bombos, canciones y pancartas a despotricar en contra de los teléfonos, los pasajes de regreso y otras soluciones ilusorias.

Sería genial que lo imposible no rebalse sobre sus voces ni apague su chispa. O mejor todavía, que ningún puñado de alpiste soborne a la imaginación para evitar que abra las alas y vuele hasta el límite. Que haya ebullición en el mínimo capricho.

Y ojalá que en medio de esa voltereta de noticias, se despierte cruzado un extremista contra la lejanía y, como primer paso de su revolución, haga estallar
las ruedas de todos los taxis del mundo en una noche como hoy, justo antes de que tengas que irte a dormir a tu casa.

imagen robada de http://tipika.blogspot.com/

Saturday, March 21, 2009

LOS PRO Y LOS CONTRA DE HACER DEDO (J. Sbarra)

Otoño. Que sea otoño. Que sea otoño y que llueva. Mucho. Que haya leños ardiendo en un brasero. Y un gato. Que haya un gato y que sea negro y que mire de amarillo y que se enrosque y que nos enseñe un poco a vivir. Pero por sobre todas las cosas que sea otoño. Que le falte un vidrio a la ventana. Que entren por ese hueco la lluvia y el frío. Que tengas ganas de besarme. Muchas ganas. Que un hombre te espere en otra parte. Que sea otra vez otoño. Otoño y Que llueva. Y que no vayas. Que te quedes conmigo. Que sea otoño otra vez y que te quedes.

Thursday, March 19, 2009

LOS PRO Y LOS CONTRA DE HACER DEDO (J. Sbarra)

Un tigre debajo de la cama y un orangután en el armario y una araña dentro de un zapato.
Y yo que no dormía para que durmieras. El orangután. El tigre. La araña.        Y        yo        que       no    dormía.          Cuánto           te          amaba.............................................................
El tigre y el orangután y la araña, cuánto te amaba..................... cuánto te amaba.



Wednesday, March 18, 2009

Epílogo: pour que l'amour me quitte

Será de día. Será de día y habrá un sol de moneda cuando saques a pasear a tu perro por la cuadra de los naranjos. Se detendrá a olfatear un árbol y entonces nos cruzaremos por casualidad. Me verás y te veré y habrá pasado tanto tiempo que al preguntarnos cómo estás, con un reflejo de pantera diremos bien. Y no hará falta discutir, ni erizar nuestro ejército de espinas. No nos verán partir un portazo. No necesitaremos capturar una lágrima que se suicida pidiendo ayuda con su salto. No jugará con nosotros el fuego, ni miraré tu boca cuando gritas, ni correrá por mis brazos el impulso de aferrarte. No nos frotaremos las narices con la soledad de hipopótamos con sueño.
Seguiremos de largo y no emergerá un vértigo de mar en el pecho que nos obligue a voltear.

Cuando la lluvia no emane de tu aroma. Cuando el capitán de mando al corazón se haya hundido con su barco. Cuando nada de todo esto importe ya.
Este cartel de neón en la luna que grita NO TE VAYAS, este veneno de alacrán en las arterias...
Esta novela de bolsillo de la eternidad, será una piedra más en un cementerio sin flores.

Cuando la muerte espere cuesta abajo.
Cuando seamos por fin felices, como girasoles de plástico.


Tuesday, March 17, 2009

LOS PRO Y LOS CONTRA DE HACER DEDO (J. Sbarra)

Yo sabía que había un tigre debajo de la cama, un orangután en el armario y una araña gigante dentro de un zapato.
Te amaba tanto que para que durmieras tranquila me levantaba por las noches y les daba de comer al tigre, al orangután y a la araña.
Como no me amabas te resultó fácil creerme loco y no quisiste más vivir conmigo. Me obligaste a tomar un tren.
Casi todos los pasajeros descansan con los ojos cerrados. Yo no. No puedo relajarme. Miro la luna por la ventanilla y pienso que estás dormida y que no sabes que hay un tigre debajo de la cama, un orangután en el armario y una araña gigante dentro de un zapato.


Monday, March 16, 2009

Éxodo


Las nubes de lluvia nos seguían como perros sin dueño. Con la nariz mojada se subieron al cielo y cubrieron el día con un suspiro fresco y gris.

La hoja enorme de un árbol nos cubría la mirada bajo el galope de las gotitas. La sombra se volvió un misterio que sonríe, una hamaca en las pestañas. Increíble. Unos latidos que saltan al jardín secreto del corazón y se zambullen en sus pastizales.

Después llegó un sol de siesta seca.
Yo dije hasta mañana.
Ella dijo adiós.

Le crecieron alitas a nuestra hoja gigante. Le crecieron alitas a las nubes, a los sapos, a los bancos de la plaza y a las baldosas. Crecieron en el borde de las macetas y en el brazo del sillón de ver películas. En los platos de la cocina, en la coca, en la guitarra, en la puerta de su casa y en la parada del colectivo. El paisaje se volvió una fotografía de plumas y a ella también le salieron alitas que agitaban una despedida.

Retumbó un disparo metálico y comenzaron a levantar vuelo de a dos, de a seis y de a cienmil. Como una carta picada en el viento. Como un último otoño de las golondrinas más viejas.

En lo más lejano, se convertían en puntitos del cielo mi bicicleta, mi trozo de pan, mi lámpara. Puntitos sus zapatillas. Su boca, su cabello, su cadera. Puntitos mi costilla y mi brazo y mi cabeza y mi poema y mis palabras.

Sunday, March 15, 2009

20 (del libro El Espantapájaros, de Oliverio Girondo)

Con frecuencia voy a visitar a un pariente que vive en los alrededores. Al pasar por alguna de las estaciones —¡no falla ni por casualidad!— el tren salta sobre el andén, arrasa los equipajes, derrumba la boletería, el comedor. Los vagones se trepan los unos sobre los otros. El furgón se acopla con la locomotora. No hay más que piernas y brazos por todas partes: bajo los asientos, entre los durmientes de la vía, sobre las redes donde se colocan las valijas.

De mi compartimento sólo queda un pedazo de puerta. Echo a un lado los cadáveres que me rodean. Rectifico la latitud de mi corbata, y salgo, lo más campante, sin una arruga en el pantalón o en la sonrisa.

Aunque preveo lo que sucederá, otras veces me embarco, con la esperanza de que mis presentimientos resulten inexactos.

Los pasajeros son los mismos de siempre. Está el marido adúltero, con su sonrisa de padrillo. Está la señorita cuyos atractivos se cotizan en proporción directa al alejamiento de la costa. Está la señora foca, la señora tonina; el fabricante de artículos de goma, que apoyado sobre la borda contempla la inmensidad del mar y lo único que se le ocurre es escupirlo.

Al tercer día de navegar se oye —¡en plena noche!— un estruendo metálico, intestinal.
¡Mujeres semidesnudas! ¡Hombres en camiseta! ¡Llantos! ¡Plegarias! ¡Gritos!...
Mientras los pasajeros se estrangulan al asaltar los botes de salvamento, yo aprovecho un bandazo para zambullirme desde la cubierta, y ya en el mar, contemplo —con impasibilidad de corcho— el espectáculo.

¡Horror! El buque cabecea, tiembla, hunde la proa y se sumerge.
¿Tendré que convencerme una vez más que soy el único sobreviviente?
Con la intención de comprobarlo, inspecciono el sitio del naufragio. Aquí un salvavidas, una silla de mimbre... Allá un cardumen de tiburones, un cadáver flotante...

Calculo el rumbo, la distancia, y después de batir todos los récores del mundo, entro, el octavo día, en el puerto de desembarque.


Mis amigos, la gente que me conoce, las personas que saben de cuántas catástrofes me he librado, supusieron, en el primer momento, que era una simple casualidad, pero al comprobar que la casualidad se repetía demasiado, terminaron por considerarla una costumbre, sin darse cuenta que se trata de una verdadera predestinación.
Así como hay hombres cuya sola presencia resulta de una eficacia abortiva indiscutible, la mía provoca accidentes a cada paso, ayuda al azar y rompe el equilibrio inestable de que depende la existencia.

¡Con qué angustia, con qué ansiedad comprobé, durante los primeros tiempos, esta propensión al cataclismo!... ¡La vida se complica cuando se hallan escombros a cada paso! ¡Pero es tal la fuerza de la costumbre!... Insensiblemente uno se habitúa a vivir entre cadáveres desmenuzados y entre vidrios rotos, hasta que se descubre el encanto de las inundaciones, de los derrumbamientos, y se ve que la vida solo adquiere color en medio de la desolación y del desastre.

¡Saber que basta nuestra presencia para que las cariátides se cansen de sostener los edificios públicos y fallezcan —entre sus capiteles, entre sus expedientes— centenares de prestamistas, que se alimentaban de empleados... ¡públicos!... y de garbanzos!
¡Saborear —como si fuese mazamorra— los temblores que provoca nuestra mirada; esos terremotos en los que las bañaderas se arrojan desde el octavo piso, mientras perecen enjauladas en los ascensores, docenas de vendedoras rubias, y que sin embargo se llamaban Esther!



¿Verdad que ante la magnificencia de tales espectáculos, pierden todo atractivo hasta los paisajes de montañas, mucho mejor formadas que las nalgas de la Venus de Milo?

El exotismo de las mariposas o de los mastodontes, los ritos de la masonería o de la masticación —al menos en lo que a mí se refieren— no consiguen interesarme. Necesito esqueletos pulverizados, decapitaciones ferroviarias, descuartizamientos inidentificables, y es tan grande mi amor por lo espectacular, que el día en que no provoco ningún cortocircuito, sufro una verdadera desilusión.

En estas condiciones, mi compañía resultará lo intranquilizadora que se quiera.
¿Tengo yo alguna culpa en preferir las quemaduras a las colegialas de tercer grado?
Aunque la mayoría de los hombres se satisfaga con rumiar el sueño y la vigilia con una impasibilidad de cornudo, quien haya pernoctado entre cadáveres vagabundos comprenderá que el resto me parezca melaza, nada más que melaza.

Yo soy —¡qué le vamos a hacer!—un hombre catastrófico, y así como no puedo dormir antes que se derrumben, sobre mi cama, los bienes, y los cuerpos de los que habitan en los pisos de arriba, no logro interesarme por ninguna mujer, si no me consta, que al estrecharla entre mis brazos, ha de declararse un incendio en el que perezca carbonizada... ¡la pobrecita!


Thursday, March 12, 2009

Meta.




Lo lograste, al fin vino a buscarte. Al fin lo tienes entre tus brazos. Tantas ilusiones apostadas y ahora la fuerza de tus piernas le dice “quédate para siempre”. Si el telón bajara en este momento tu vida sería una historia de final feliz.
No fue fácil. Nunca habías llorado tanto. Las noches eran un bombardeo de estrellas desalmadas. Todo por él. Pudiste cerrarle la puerta a tiempo de salvar tu alma, pero no querías dejarlo afuera. Los dientes del llanto te dejaron una marca. Por él.
Él, él, él.

En el corazón oculto del corazón giran deseos contradictorios.
Quieres verlo partido por tu ausencia, llenar otra cama con tu orgasmo, beber la tinta de su fotografía escupirla en la puerta del olvido.
Pero también quieres quedarte. Y te quedas.
En el corazón oculto del corazón rueda un dado de mil caras que se detiene y canta su número en voz baja.

Monday, March 09, 2009

8 (del libro El Espantapájaros, de Oliverio Girondo)


Yo no tengo una personalidad; yo soy un cocktail, un conglomerado, una manifestación de personalidades.

En mí, la personalidad es una especie de furunculosis anímica en estado crónico de erupción; no pasa media hora sin que me nazca una nueva personalidad.

Desde que estoy conmigo mismo, es tal la aglomeración de las que me rodean, que mi casa parece el consultorio de una quiromántica de moda. Hay personalidades en todas partes: en el vestíbulo, en el corredor, en la cocina, hasta en el W. C.

¡Imposible lograr un momento de tregua, de descanso! ¡Imposible saber cuál es la verdadera!

Aunque me veo forzado a convivir en la promiscuidad más absoluta con todas ellas, no me convenzo de que me pertenezcan.

¿Qué clase de contacto pueden tener conmigo —me pregunto— todas estas personalidades inconfesables, que harían ruborizar a un carnicero? ¿Habré de permitir que se me identifique, por ejemplo, con este pederasta marchito que no tuvo ni el coraje de realizarse, o con este cretinoide cuya sonrisa es capaz de congelar una locomotora?

El hecho de que se hospeden en mi cuerpo es suficiente, sin embargo, para enfermarse de indignación. Ya que no puedo ignorar su existencia, quisiera obligarlas a que se oculten en los repliegues más profundos de mi cerebro. Pero son de una petulancia... de un egoísmo... de una falta de tacto...

Hasta las personalidades más insignificantes se dan unos aires de trasatlántico. Todas, sin ninguna clase de excepción, se consideran con derecho a manifestar un desprecio olímpico por las otras, y naturalmente, hay peleas, conflictos de toda especie, discusiones que no terminan nunca. En vez de contemporizar, ya que tienen que vivir juntas, ¡pues no señor!, cada una pretende imponer su voluntad, sin tomar en cuenta las opiniones y los gustos de las demás. Si alguna tiene una ocurrencia, que me hace reír a carcajadas, en el acto sale cualquier otra, proponiéndome un paseíto al cementerio. Ni bien aquélla desea que me acueste con todas las mujeres de la ciudad, ésta se empeña en demostrarme las ventajas de la abstinencia, y mientras una abusa de la noche y no me deja dormir hasta la madrugada, la otra me despierta con el amanecer y exige que me levante junto con las gallinas.

Mi vida resulta así una preñez de posibilidades que no se realizan nunca, una explosión de fuerzas encontradas que se entrechocan y se destruyen mutuamente. El hecho de tomar la menor determinación me cuesta un tal cúmulo de dificultades, antes de cometer el acto más insignificante necesito poner tantas personalidades de acuerdo, que prefiero renunciar a cualquier cosa y esperar que se extenúen discutiendo lo que han de hacer con mi persona, para tener, al menos, la satisfacción de mandarlas a todas juntas a la mierda.