Duermo todo el día.
De noche me despierto con la lengua con sabor a fuego y el centro de la galaxia latiéndome abajo del cuello. Inmediatamente me incorporo y me pongo a planear conspiraciones de piedras contra los vitrales más altos. Después cuelgo a la muerte en una percha y camino haciendo equilibrio por las líneas del asfalto de una carretera secreta. Si hay luz de luna y un viento oloroso a tierra, me uno a una cuadrilla de ideales pistoleros y andamos por ahí tirando la bronca hasta armar una guerra que libere pueblos de palabras esclavas.
Me la paso dibujando cosmogonías, estrella por estrella, y cuando se escapa un cometa me le subo al galope como a un caballo. Entonces saco el mapa del imperio de las catedrales y voy por su ruta soplando un cuerno para verlas desplomarse ante la voluntad de cada ladrillo.
Ahí es cuando decido echar barro sobre el cuero del olvido. Escribo cartas viajeras que dejan su nido en la adolescencia y se alejan en bandada hasta que las atrapan ciertas mujeres voladoras, y paso a pie descalzo por los tejados apuntando bien alto el mosquete.
De noche abarco y aprieto. De noche conquisto el firmamento esperando ansioso el contraataque del sol.
Pero cuando el día se levanta puntual me encuentra en alguna cama, blando como un queso. Me destapa, me cachetea, me ata las zapatillas y me lava los dientes para sacarme a la calle a empujones. Me carga por la vereda, sosteniéndome del mentón como a un muñeco educado, para eso de guardar las apariencias. Entonces me sacude de aquí para allá igual que a una pelota de pinball, mientras me despulga las ilusiones.
De repente llega el sol, y yo soy un rulemán obediente en los pistones de la ciudad. Donde sea que arrojen mi esqueleto, tengo que rodar unos metros más allá. El cuento siempre repite la primera página y yo, sonámbulo, corrijo expedientes, hago la fila, espero luz verde, cobro mi sueldo, doy las gracias y hasta luego.
Pero resulta que a veces, cuando llueve, me ven pateando charcos y pregonando libertinajes a diez voces, rebotando afuera de la ley en un cuerpo dormido, mientras sueño que escapo descalzo por las cornisas y los techos, bajo la luz de una luna blanca y despechada.
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1 comment:
intenté escribir muchos comentarios y ninguno me salió...
lo único que me quedó en la cabeza fueron dos cosas: la lluvia, la lluvia, la lluvia... y que yo también quiero caminar por los tejados alguna vez...
qué bueno que hayas vuelto a escribir. te extrañé :)
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